Mi querido arzobispo, Cardenal Carlos Osoro

Queridas Cristina y Ángeles,

Queridos amigos todos:

Os agradezco a todos vuestra presencia en este acto de la entrega del IX Premio San Juan Pablo II de Comunicación.

Estamos ya ante la novena edición del Premio Juan Pablo II de Comunicación Social. Le hemos añadido el “San” porque sabemos, desde la absoluta certeza de la fe, que el Papa Magno, el inspirador de este premio, y patrono desde su fallecimiento de la Fundación Crónica Blanca, nos protege desde el cielo.

Se preguntaba San Juan Pablo II, tres años antes de dejarnos, hablando de Internet: “¿En esta galaxia de imágenes y sonidos, aparecerá el rostro de Cristo y se oirá su voz? Porque sólo cuando se vea su rostro y se oiga su voz el mundo conocerá la buena nueva de nuestra redención (…) puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre”[1].

Periodistas como Ángeles Conde Mir, como los ocho anteriores periodistas que han recibido este premio (o como los premiados con el Premio Bravo por la Conferencia Episcopal Española, o por el Premio Lolo, de la UCIP-E), hacen posible que el rostro y la voz de Cristo, implícita o explícitamente, sean vistos y escuchados a través del complejo mundo de la comunicación social, de la que hoy ya no podemos hablar de medios independientes sino interdependientes y en red, ni de ámbitos locales o parciales, sino de alcance e incidencia siempre potencialmente global.

Dijimos desde el comienzo de estos premios que queríamos reconocer la labor de aquellos periodistas que encarnasen con su personalidad y su profesionalidad esa comunicación al servicio del hombre que tanto y también definió, explicó y promovió San Juan Pablo II. Después hemos tenido la gracia de formar parte de la aventura eclesial de dos nuevos pontificados: el de Benedicto XVI y el del Papa Francisco. Y de ambos hemos aprendido nuevos impulsos y sugerencias para alentar y promover con ellos, sin olvidar el legado de San Juan Pablo II, como hacer posible esta nueva comunicación social al servicio del hombre, que por serlo lo es también inseparablemente al servicio de los pobres, porque es “voz de los sin voz”, y al servicio de la misión de la Iglesia, que no es otra que la de ser instrumento de edificación del Reino de Dios, reino de justicia, de amor y de paz.

Decía Benedicto XVI en el año 2010 que los medios de comunicación social pueden convertirse, retomando ideas de su encíclica Caritas in Veritaris, “en factores de humanización no sólo cuando, gracias al desarrollo tecnológico ofrecen mayores posibilidades para la comunicación y la información, sino sobre todo cuando se organizan y se orientan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien común que refleje sus valores universales (nº 73)”.

Para lo cual, insistía el sabio Papa, “esto requiere que estén centrados en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural. Solamente con estas condiciones el paso crucial que estamos realizando podrá ser rico y fecundo en nuevas oportunidades. Queremos adentrarnos sin temores en el mar digital, afrontando la navegación abierta con la misma pasión que desde hace dos mil años gobierna la barca de la Iglesia. Más que por los recursos técnicos, aunque sean necesarios, queremos distinguirnos viviendo también este universo con un corazón creyente, que contribuya a dar un alma al flujo comunicativo ininterrumpido de la red”.

Y terminaba Benedicto XVI diciendo algo que hoy, Ángeles, es imposible no ver en ti: que “la tarea de todo creyente que trabaja en los medios de comunicación es allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven nuestro tiempo digital los signos necesarios para reconocer al Señor”[2].

Permíteme que me dirija a ti, Ángeles, para decirte que eres, y representas dignísimamente, a una nueva generación de periodistas católicos que bien podíamos definir como periodistas de la “Era Francisco”, y que además, has hecho ya un largo recorrido profesional al lado del Papa, dedicándote, no exclusivamente pero si principalmente a la apasionante tarea, envidia de periodistas creyentes y no creyentes, de informar sobre el Papa Francisco y su renovador pontificado, el pontificado de una Iglesia que pone en práctica la evangélica “cultura del encuentro”.

No infravalores, querida Angeles, que este premio te lo entrega el Cardenal Carlos Osoro. Él sabe muy bien en que consiste la difícil tarea de promover esta cultura del encuentro que supone una conversión eclesial profunda, que no consiste, como nos enseña el Papa, sólo en vigilar para el Señor que llama a la puerta de la Iglesia no se quede nunca fuera porque no le dejamos que sea él quien nos habite y nos dirija, sino que significa también abrirle la puerta desde dentro, dejarle que salga al encuentro del hombre de hoy, de todos los hombres, rompiendo con seculares filtros e inalcanzables muros con el que le encerramos y pretendemos adaptar a nuestras seguridades y encasillamientos. Él sabe muy bien además lo difícil que es, paradójicamente, que no pocos de casa se entusiasmen o al menos entiendan esta gracia del Espíritu que el Papa representa, y que fuera de casa en cambio sea reconocido como la más alta autoridad moral del mundo. Decía en su obra póstuma el último prospectivista de nuestro tiempo, fallecido en enero de este año, Zygmunt Bauman, descriptor de nuestra cultura cosmopolita del siglo XXI como “sociedad líquida” que, “o unimos nuestras manos a las de Francisco, o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”[3].

Dice el Papa Francisco, y así lo recojo en el recién publicado libro sobre las “Diez cosas que el Papa Francisco propone a los periodistas”, que “los acontecimientos eclesiales no son ciertamente más complejos de los políticos o económicos. Pero tienen una característica de fondo peculiar: responden a una lógica que no es principalmente la de las categorías, por así decirlo, mundanas; y precisamente por eso, no son fáciles de interpretar y comunicar a un público amplio y diversificado. En efecto, aunque es ciertamente una institución también humana, histórica, con todo lo que ello comporta, la Iglesia no es de naturaleza política, sino esencialmente espiritual: es el Pueblo de Dios. El santo Pueblo de Dios que camina hacia el encuentro con Jesucristo. Únicamente desde esta perspectiva se puede dar plenamente razón de lo que hace la Iglesia Católica” [4].

Estamos convencidos en la Fundación Crónica Blanca de que, sinceramente, Ángeles Conde Mir encarna ya con su fulgurante recorrido profesional esta propuesta que el Papa Francisco hace a los periodistas para que la información religiosa se haga desde la hermenéutica religiosa, y no desde otras hermenéuticas ya sean reductivamente políticas, sociológicas, y sobre todo, ideológicas.

También el Papa Francisco propone a los periodistas mantener desde el corazón en su retina la imagen de los hombres y mujeres a quienes van dirigidos los servicios comunicativos que realizan. Y aún tratándose de la información religiosa, reconocer a todos, sin exclusión alguna, en todas sus situaciones, y en todas sus vicisitudes, y por supuesto, exactamente igual creyentes que no creyentes.

Es decir, que, como dice el Papa, esto no se hace de cualquier modo, sino “en el diálogo con los hombres y las mujeres de hoy, para comprender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas. Son hombres y mujeres a veces un poco desilusionados con un cristianismo que les parece estéril, que tiene dificultades precisamente para comunicar incisivamente el sentido profundo que da la fe”[5]. Y por eso es tan importante comunicar “creando vínculos, haciendo converger una serie de sujetos en torno a proyectos compartidos; una unidad de propósitos y de esfuerzos (decr. Inter mirifica, 21). Sabemos que esto no es fácil, pero si os ayudáis juntos a formar equipo todo se hace más liviano y, sobre todo, también el estilo de vuestro trabajo será un testimonio de comunión”[6].

Todavía al ver a Ángeles, con su inconfundible rostro que irradia bondad y confianza, veo a la estudiante de periodismo que conocí hace años, y que destacó siempre por esta doble pasión por la Iglesia y por el periodismo, y también por gustar de este trabajo, lejos de los protagonismos tan habituales en esta profesión, como un trabajo en equipo como propone el Papa Francisco.

Y me viene a la mente ese refrán español tan bonito y tan veraniego que dice: “Agua de manantial, no hay otra tal”. Así te vemos, Ángeles, agua de manantial, agua de calidad, clara, y trasparente. Y recuerdo también esa sentencia del enciclopedista dominico Henri-Dominique La Cordaire: «La verdad se detiene en la inteligencia; la belleza penetra hasta el corazón”, porque tu trabajo periodístico alimenta la inteligencia, pero también ablanda el corazón.

Y recuerdo aquellas palabras de San Juan Pablo II con las que imagino te contempla desde el cielo al recibir este premio que lleva su nombre, y que nos dice también a todos nosotros, sobre todo a los periodistas: “¡Queridísimos amigos periodistas! Compañeros de una misma peregrinación, somos espectadores de situaciones a veces dramáticas, pero somos también testigos de alentadoras señales de esperanza para la Humanidad de hoy. Todo nos implica y responsabiliza. Que Dios os ayude a ser siempre instrumentos de fiel transmisión de la verdad. Estad persuadidos de ello; vuestro trabajo, si se hace con constante y atento respeto de la objetividad y del bien común, recibirá una adecuada recompensa del Señor, que sobre cada uno vigila con amor de padre”[7].

Manuel María Bru Alonso

Presidente de la Fundación Crónica Blanca

 

[1] (2002/1). JUAN PABLO II, “Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio”, Ecclesia (Madrid, 2002), pp. 238-239. (Mensaje del Santo Padre para la XXXVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, del 12 de mayo del 2002, hecho público el 24 de enero de 2000, fiesta de san Francisco de Sales).

 

[2] BENEDICTO XVI. Discurso dirigido a los participantes en un congreso organizado por la Conferencia Episcopal Italiana bajo el título “Testigos digitales. Rostros y lenguajes de la era crossmedia” (Sábado 24 de abril de 2010).

[3] Cf.: MANUEL MARÍA BRU. “Los profetas laicos de nuestro tiempo”. Alfa y Omega (25 de mayo de 2017), p. 3.

[4] FRANCISCO. Del discurso dirigido a los representantes de los Medios de Comunicación Social al inicio de su pontificado, en MANUEL MARÍA BRU. Las diez cosas que el Papa Francisco propone a los periodistas” (Editorial Claretiana. Madrid: 2017), p. 52.

[5] FRANCISCO. Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales. En Ibid.

[6] FRANCISCO. Discurso durante el encuentro con el Personal del Centro Televisivo Vaticano. En Ibid.

[7] JUAN PABLO II, “La gran cita del año 2000”, Ecclesia (Madrid 1994), pp. 233-234. Original en italiano: Insegnamenti di Giovanni Paolo II (Libreria Editrice Vaticana: Roma 1994), Tomo XVII-1, pp. 189-193. (Discurso de Juan Pablo II a los periodistas acreditados durante la visita a la Sala de Prensa de la Santa Sede, el 24 de Enero de 1994).