A partir de mediados del siglo XX no han dejado de aparecer “profetas laicos” del futuro de la globalización. Desde los clásicos prospectivistas como Toffler y McLuhan, hasta los visionarios del “hombre pantalla” como Sartori ó Baurdillard, o los descriptores de la postmodernidad como Lyotard, Vattimo o Bauman
Llama la atención que tanto Guiovanni Vátimo (1936-) como Zygmunt Bauman (1925-1927), coincidan en que el Papa Francisco es la única respuesta creíble a los desafíos del mundo contemporáneo.
Vattimo, para quien hemos pasado de un pensamiento “fuerte” e ilusorio tendiente a establecer “fundaciones” absolutas del conocer y del actuar, a un pensamiento “débil”, en el que perdidas las pretensiones por la verdad, la unidad y la totalidad, triunfa un nihilismo resignado, dice que el Papa Francisco es la gran oportunidad que tiene la humanidad hoy, y que tienen razón quienes los consideran una amenaza, pues lo es para todos los inmovilistas. Antes se consideraba un “ateo por la gracia de Dios”. Ahora se considera “católico básico”, que reza todas las noches. Sigue rechazando al “Dios capitalista”. Ahora, un Papa, le habla de un Dios completamente distinto.
Bauman, fallecido el pasado 9 de enero, advertía del advenimiento de una “sociedad líquida” en la que Dios es sustituido por el individualismo completado por una colectividad de consumo, en la que toda necesidad es consumible, y las necesidades espirituales se consumen en el mercado terapéutico. Pues bien, en su ensayo póstumo recién publicado bajo el título de “Retropopía”, se hace una pregunta hoy insoslayable: “¿puede inducirse el parto de una humanidad cosmopolitamente integrada de tal modo que ésta sobreviva sana y salva al alumbramiento? Sólo hay para Bauman una respuesta a esta “cuestión de vida y muerte para la humanidad”. Y esa respuesta es el Papa Francisco y su propuesta de diálogo. Él, porque es “la única persona entre las grandes figuras públicas investidas con una autoridad planetaria que demuestra la suficiente audacia y determinación como para plantear y abordar esa clase de preguntas”. Y el diálogo, porque se atreve proponer a toda la humanidad sacarlo del estrecho marco televisivo de la política, y bajarlo a la vecindad, a los lugares de trabajo, a las escuelas, a las familias. Un diálogo solidario capaz además de pasar “de una economía liquida a una economía social”. Concluye que, o unimos nuestras manos (como nos propone Francisco) “o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”.
Manuel Bru