La Liturgia del día de la Ascensión incluye un poema de José Luis Blanco Vega, SJ, como himno de Laudes. Empieza así, poniendo estas palabras en labios del Señor Jesús:
“No; yo no dejo la tierra.
No; yo no olvido a los hombres.
Aquí, yo he dejado la guerra;
arriba, están vuestros nombres”.

Hoy, en este 24 de mayo de 2020, el diario New York Times ha dedicado su portada completa a conmemorar a las víctimas mortales de Covid-19, que son casi 100.000 en Estados Unidos y unos 350.000 en el mundo entero. Indica el titular que su muerte constituye “una pérdida incalculable” y añade que “no eran meros nombres en una lista. Eran nosotros”. De hecho, toda la página está cubierta con el nombre de mil de esas personas fallecidas, algunos datos de identificación y una breve frase sobre su historia personal. En mi opinión, es una espléndida portada que pasará a la historia del periodismo.
Precisamente hoy, la Iglesia católica celebra también la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, este año centrada en el tema de la narración, con el título “La vida se hace historia”. En su alocución matutina tras el Regina Coeli, el papa Francisco ha pedido “que este evento nos anime a narrar y compartir historias constructivas que nos ayuden a comprender que todos somos parte de una historia más grande que nosotros mismos y que podemos mirar hacia el futuro con esperanza si realmente nos cuidamos como hermanos los unos a los otros”.
Desde aquí, vuelvo al poema inicial del rezo de Laudes. El Señor Jesús no olvida a los hombres, sino que lleva nuestros nombres y los incorpora definitivamente a la Vida Plena, la Vida inagotable. De manera especial, la de aquellos que han visto truncada su vida de una manera prematura, como tantos en estos tiempos de pandemia. Muchas personas están falleciendo solas, en un ambiente frio y anónimo, sin poder despedirse de sus familiares, incluso sin poder celebrar un funeral presencial que exprese la cercanía y el cariño. Podemos sentir la tentación de pensar que nadie se acuerda de ellos, ni siquiera Dios. Pero no es así. La Solemnidad de la Ascensión nos invita a descubrir nuevas formas de presencia: una Presencia misteriosa, cercana, real, consoladora. Nuestros nombres, el de todos los hombres (varones y mujeres) están grabados para siempre en el Corazón de Dios. Nuestro hermano Jesús los ha llevado consigo, personalmente.
Daniel Izuzquiza