Inmersos como estamos en un mundo digital del que aún no imaginamos ni de lejos cuánto ha de cambiar nuestra cultura y nuestras sociedades, el autor, Ricardo Latorre, trata de descubrir cuáles son las mejores coordenadas que la Iglesia tiene a su disposición para anunciar la buena noticia, buscando sin descanso el cobalto de la comunicación, es decir, la fórmula, el tono, el modo de comunicar el Evangelio que responda a la novedad permanente del lenguaje de la fe y al no menos cambiante código de esta cultura global
Dicen que, como criterio general, siempre es más inteligente analizar las posibilidades de la yuxtaposición antes que dejarse llevar por el cómodo compromiso de la disociación. Que siempre es más inteligente agotar las posibilidades del uso del «y» que dejarse vencer por la
simplicidad de aplicar a todo el «o». Que la realidad es siempre lo suficientemente compleja como para necesitar de la complementariedad y superar la exclusión. Que en la búsqueda tanto de la verdad como del bien y de la belleza, la armonía en la pluralidad vence siempre a la uniforme contraposición. Y dicen también que esta es la postura más humanista entre los filósofos, y la más católica entre los teólogos.
Pues bien, este pequeño libro es un clarividente ejemplo de esta inteligencia a la hora de abordar dos realidades que, desde luego, nunca han sido, ni lo son ahora, ni lo podrán ser nunca, contradictorios o excluyentes: la evangelización y la comunicación. Es más, se requieren mutuamente: no hay verdadera comunicación sin el anhelo de la evangelización, ni
hay verdadera evangelización sin la mediación de la comunicación.
Es cierto: el mismo fenómeno de la comunicación humana es inseparable de la evangelización y, por supuesto, la evangelización no es sino anuncio, noticia, «buena noticia», pura comunicación. No hay verdadera comunicación ajena a la evangelización. Esta primera dependencia, más sutil, no tiene discusión para quienes, como decía Xabier Zubiri, la
historia de la humanidad es «cristianismo en tanteo».
Esta característica determinante del tercer nivel de la comunicación, el de la comunicación social, plantea una pregunta: ¿existe un tema, una cuestión, una pregunta, una intuición, una experiencia, una respuesta, una revelación capaz de interesar indeterminadamente a todo hombre de todo lugar y tiempo, que no sea la cuestión religiosa y la experiencia religiosa? La respuesta cae por su propio peso: en realidad necesitamos comunicarnos todos con todos porque hay algo, solo algo, que a todos atañe: la búsqueda de respuesta a las preguntas
fundamentales –¿de dónde vengo, adónde voy, quién soy, qué sentido tiene mi vida?– y la necesidad de compartir las experiencias más asombrosas, más profundas, más universales; las experiencias de Dios, las experiencias con Dios.
La segunda dependencia, la de la evangelización a la comunicación, no podría dar lugar a la mínima duda. Comunicación y evangelización. Evangelización y comunicación. Siempre «y». Nunca «o». No hay comunicación sin apertura a la evangelización ni evangelización sino por la comunicación. Y para más inri, este criterio de la conexión, de la yuxtaposición, está en el fondo de tres planteamientos básicos que recorren las páginas de este ensayo sobre evangelización y comunicación. Por un lado, la interconexión entre el fondo y la forma de la comunicación evangelizadora. Por otro lado, la interconexión entre los elementos de la comunicación –emisor, mensaje, receptor, medio– en la comunicación. Y por último, la interconexión entre dos componentes del mensaje evangelizador, que no son uno contenido y otro formalidad, sino los dos contenido y forma a la vez: la verdad y la caridad.
[Extracto del prólogo]