Una lectura comentada de Manuel María Bru al Mensaje del Papa Francisco de la LVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que lleva por título “Hablar con el corazón, en la verdad y en el amor”.

Como todos los años, desde que lo iniciará San Pablo VI hace 57 años, por mandato del Concilio Vaticano II en su decreto Inter Mirifica, el Sucesor de Pedro envía con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales un mensaje al Pueblo de Dios sobre la comunicación. Si tanto San Pablo VI como San Juan Pablo II dirigían este mensaje a todos (no sólo a los profesionales de los medios de comunicación) en su calidad de receptores críticos (lectores, oyentes, y televidentes), tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco, a quienes ya les ha tocado la época de las Redes Sociales, han dirigido sus mensajes también a todos, pero en cuanto todos ya somos en la práctica emisores y receptores a la vez de la comunicación social.

Benecito XVI tuvo como live motive principal de sus mensajes la infoética, bajo el paradigma fundamental de la veracidad y la honestidad informativa, sin ocultar su valor contracorriente en una cultura ambiente relativista que cuestiona la diferencia entre la verdad y la falsedad, y por consiguiente también entre el bien y el mal. El Papa Francisco, en estos diez años, ha tenido como live motive de sus mensajes la categoría del encuentro, del diálogo, de la empatía, y de la caridad en la comunicación, pues, sin obviar la dimensión profética de la denuncia del relativismo, a él le ha tocado el tiempo de la atención de las víctimas del relativismo, mostrando no sólo el rostro de la Iglesia maestra, sino también, y previamente, el rostro de la Iglesia madre. Y, mucho más que sus antecesores, el Papa en todos estos mensajes pone el mismo énfasis en cada uno de los tres niveles de la comunicación (interpersonal, grupal y social). También en este último mensaje, del que propongo esta lectura comentada.

Lectura comentada en la que vamos a ahondar en una serie de propuestas típicas del Papa Bergoglio, como el valor de la escucha, la conversión del corazón, el amor cordial capa de aproximarse al otro, el estilo sinodal, o la capacidad de diálogo para superar los conflictos. Y para ello, además de glosar el mensaje del Papa con algunas claves de compresión de todo su magisterio, recodaremos tres aspectos de la comunicación especialmente importantes del Magisterio Pontificio del Papa Francisco y, porque no decirlo, de la sensibilidad personal de Jorge Mario Bergoglio, ya insistentes en los primeros años de su pontificado: el paradigma del buen samaritano, la categoría comunicacional del Encuentro, y la inseparable triada objetiva de la comunicación social: buscar la verdad, buscar la bondad, y buscar la belleza.

De nuevo, la escucha

En el mensaje de este año el Papa nos propone como lema “Hablar con el corazón, en la verdad y en el amor”, citando a san Pablo en su carta a los Efesios (4,15). Ya desde sus primeras palabras nos indica una constante en su pensamiento, por la cual la categoría de la escucha pasa a ser elemento constitutivo del proceso comunicativo, rompiendo el esquema binario clásico de “ver y contar”. El verdadero itinerario comunicativo para él siempre es este: Primero “ir”, que supone una predisposición para salir al encuentro, no tratándose sólo de un movimiento físico (ir a buscar la noticia), sino de un movimiento espiritual (ir al encuentro del otro). Segundo “ver”, que no es sólo registrar y analizar, sino que consiste también en acoger y contemplar. Tercero: “escuchar”, que es mucho más que ver, porque la realidad visible se nos impone, pero la realidad no sólo audible sino escuchable, requiere un camino en el que el silencio (exterior e interior) se convierte en ascesis para ponerse en el lugar del otro, haciendo el vacío suficiente para dejarse “llenar” por él, por su experiencia, por su pensamiento, por su comunicación. Porque como explica el Papa, “requiere espera y paciencia, así como renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro punto de vista”. Y sólo entonces, tras ir, ver y escuchar, cabe el momento de comunicar, cuando “el corazón nos mueve a una comunicación abierta y acogedora”.

Purificar el corazón

Recurrir a la imagen del corazón, que forma parte del lenguaje universal como centro de la persona en su insaciable búsqueda del amor (de amar y de ser amada), queda desde el principio fundamentada en la bella sentencia de Jesús “el hombre bueno, del buen corazón saca lo que es bueno, y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo que es malo, porque la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas, 6, 45). Elige el Papa un texto que esconde un mensaje importante para entender bien esta imagen, porque no cabe que en el corazón anide el mal, sólo el bien. El mal anida en la ausencia de corazón en el interior de la persona o, como indica otra imagen bíblica, en el “endurecimiento” del corazón. La sentencia “no endurezcáis vuestro corazón” del salmo 95 y del Deuteronomio (15,7), aparece profusamente en San Pablo, en su carta a los Efesios (4,18) y a los Romanos (2,5).

Imagen del corazón que le sirve a Francisco para establecer dos conexiones inseparables: por un lado, la conexión entre verdad y amor, pues ambas requieren purificar el corazón, huyendo así del clásico bienio racionalista que identifica la búsqueda de la verdad en la mente de la persona, y relega al corazón la búsqueda del amor. En el pensamiento “guardiniano” del Papa este dualismo es falso, pues ambas búsquedas (verdad y amor) requieren de la persona entera, mente, voluntad y corazón. Para Romano Guardini, tal vez el filósofo y teólogo más influyente en Jorge Mario Bergoglio, como explica Alfonso López Quintas, “el amor salva distancias, rompe barreras, interioriza el deber y lo armoniza con la libertad creativa, funda un estilo de pensar y actuar que supera infinitamente la lógica de las miras humanas”. Para Guardini, el ser humano, “ser en tensión”, sólo puede dejarse atraer por la verdad, en cuanto esta es polifónica y personal: para conocer la verdad hay que amarla, hay que “poner corazón”.

Verdad, bondad y belleza en la Comunicación

No es la primera vez que el Papa Francisco insiste en la inseparabilidad e interdependencia entre verdad y caridad en la comunicación tanto interpersonal como grupal y social. Su principal fundamentación la establece en la relación entre los tres trascendentales del ser de la filosofía clásica, explicados en la tradición teológica cristiana como expresiones en todos los seres con minúsculas de los atributos del Ser con mayúsculas, del Dios creador. Así, el Papa Francisco siempre ha insistido a los comunicadores sociales con este mensaje: “Que vuestra comunicación sea verdadera, buena y bella”. Estas fueron las primeras palabras del discurso dirigido a los representantes de los Medios de Comunicación Social al inicio de su pontificado, hace 10 años (16/03/2013). Les proponía tres claves éticas, tres claves filosóficas, y un argumento de complicidad: “Vuestro trabajo requiere estudio, sensibilidad y experiencia, como en tantas otras profesiones, pero implica una atención especial respecto a la verdad, la bondad y la belleza; y esto nos hace particularmente cercanos, porque la Iglesia existe precisamente para comunicar esto: la Verdad, la Bondad y la Belleza en persona”. Tres objetivos, transcendentales del Ser que radican en la misma realidad de Dios, y que el comunicador ha de buscar incansablemente:

Una búsqueda de la verdad, basada no en el objetivismo y la neutralidad imposibles, sino en la honestidad de quien está abierto a la realidad: “La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador” (JMCS 2014). Es la búsqueda de “una visión respetuosa de los acontecimientos que se quieren relatar”, que “significa tener también la conciencia de que la selección, la organización, la emisión y la distribución de los contenidos requiere una atención particular porque usan instrumentos que no son ni neutros ni transparentes” (al Centro Televisivo Vaticano, 18/10/2013). Pero que sobre todo significa amar la verdad, que “quiere decir no solamente afirmar, sino vivir la verdad, dar testimonio de ella con el propio trabajo. Vivir y trabajar, por tanto, con coherencia respecto a las palabras que se utilizan para un artículo del periódico o para un servicio televisivo” (al congreso de periodistas italianos, 22/09/2016).

Una búsqueda de la bondad, basada en la pasión por el ser humano: “También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?” (4/10/2014).

Una búsqueda de la belleza que, como la entiende Francisco, es una “estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer en él la verdad y la bondad” (Evangelii Gaudium, 164). Recordando el episodio del profeta Elías en el monte Horeb (cf. 1 Re 19, 9-13), cuando ante el viento impetuoso, el terremoto y el fuego, Elías oyó el “susurro de una brisa suave”, Francisco ve que los medios de comunicación “pueden transmitir, a través del éter, algo de esa voz, a fin de que hable a los hombres y a las mujeres que buscan una palabra de esperanza, de confianza, para su vida” (a la Asociación Corallo de emisoras de radio católicas italianas, 22/03/14). Claro que, como en todo camino virtuoso, aparecen siempre las trampas: “Yo pienso, busco la verdad…: está atento, para no convertirte en un intelectual sin inteligencia. Yo voy, busco la bondad…: está atento, para no convertirte en un moralista sin bondad. A mí me gusta la belleza…: sí, pero está atento, para no hacer lo que se hace a menudo, falsificar la belleza, buscar los cosméticos para elaborar una belleza artificial, que no existe. La verdad, la bondad y la belleza como vienen de Dios y están en el hombre. Y este es el trabajo de los medios de comunicación, el vuestro”.

Para entender bien, por tanto, el mensaje del Papa de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2023, en su insistencia en promover una comunicación del corazón que no caiga en el error de pretender una primacía de la verdad sobre la caridad, es necesario recodar la importancia que para el magisterio de Francisco tiene la afirmación de que no cabe una comunicación de la verdad que no valla unida a una comunicación del bien hecha desde el amor, y arropada por la belleza que desprende la verdad cuando se transmite desde la caridad, y de la caridad que busca y promueve la verdad. Verdad, bondad y belleza en la comunicación requieren esa conversión del corazón capaz de promover una comunicación con corazón.

Comunicar con el corazón

Sólo purificado el corazón, entramos en la disponibilidad de poder establecer una comunicación (ya sea interpersonal como grupal y social) “con el corazón”. Se trata para el Papa Francisco del modo de “comunicar cordialmente”, que permita percibir “en las alegrías y en los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo”, y que parece parafrasear el inicio de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II cuando dice que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

Ahonda el Papa en este concepto de la comunicación cordial con dos referencias reconocibles para el discípulo de Cristo. Por un lado, remitiéndose oportunamente, en el contexto litúrgico del tiempo pascual, al episodio de los discípulos de Emaús. Es Jesús mismo quien nos da ejemplo de este comunicar con el corazón en su encuentro y su diálogo con aquellos caminantes confundidos y entristecidos: “Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente con amor a la comprensión del sentido profundo de lo sucedido”. Alusión que le permite al Papa reiterar algunas constantes en su magisterio como son la no imposición (proselitismo), y la profundidad del sentido de las cosas, siempre provocadora de apertura y comprensión.

Por otro lado, Francisco toma otra idea clave de su pensamiento como es la de la bendición: «Bendecir no es decir palabras bonitas, no es usar palabras de circunstancia; es decir bien, decir con amor. La Eucaristía es una escuela de bendición» (24/06/2023). Por eso, comunicar con el corazón supone no sólo decir la verdad, sino hacerlo con caridad. Ya explicaba Benedicto XVI en su encíclica Cáritas in Veritate que tanto la caridad sin verdad como la verdad sin caridad se convierten en mentiras destructoras, pues si la primera lleva a un sentimentalismo vacuo, la segunda lleva al fanatismo y al fundamentalismo. El Papa añade dos consideraciones muy oportunas sobre esta condición de la caridad para la búsqueda de la verdad. En primer lugar, que este principio es fundamental no sólo en el ámbito de la información, de la veracidad informativa, sino también en el contexto de la comunicación interpersonal y grupal, ámbitos que también hoy están marcados por “polarizaciones y contraposiciones”, sin excluir la comunicación, en sus tres niveles, en la comunidad cristiana. En segundo lugar, que la Sagrada Escritura nos previene ante el peligro de maldecir, en lugar de bendecir, y nos exhorta a “guardar la lengua del mal” (Salmo 34), y a no caer en la tremenda contradicción de bendecir a Dios y al mismo tiempo maldecir al prójimo, creado a imagen y semejanza de Dios (Cf. Santiago 3,9)

El ejemplo de San Francisco de Sales

Los mensajes de las Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales suelen firmarlos el Papa el 24 de enero, memoria de San Francisco de Sales, por lo que tanto San Pablo VI como San Juan Pablo II y Benedicto XVI se ha referido en estos mensajes con frecuencia al santo doctor de la Iglesia. Pero en esta ocasión el Papa Francisco le dedica un amplio espacio, aprovechando tanto la celebración de 400 aniversario de su fallecimiento (sobre el que ha publicado también la carta apostólica Totum amoris est), como el centenario de su proclamación como patrono de los periodistas por parte del Papa Pío XI. El Papa Francisco nos muestra en su mensaje, por un lado, las claves del mensaje del Santo obispo de Ginebra, que glosan perfectamente su propuesta de una comunicación con el corazón. Y por otro lado nos lo pone de ejemplo de cordial comunicador. De su mensaje toma su “criterio del amor”, que se concentra en dos sabias sentencias suyas. La primera, que tanto inspiró a San Henry Newman que la tomo como lema, dice así: “el corazón habla al corazón”. La segunda sentencia que recoge el Papa es esta: “somos lo que comunicamos”. Ambas redundan en la idea del Santo que rezaría “si se ama bien, se dice bien”.

No olvida Francisco que, si este modo de comunicar ilumina el camino de la comunicación interpersonal, también lo hace, con sentido crítico propio, el camino de la comunicación social. Para ello recurre a uno de los argumentos más repetidos de su magisterio, el de la crítica a la mentalidad mercantilista que amenaza todos los aspectos de la vida humana y social. La comunicación del “bien-decir” contradice esta mentalidad del mismo modo que la economía del “bien-común”. Si esta última lo hace liberándola del yugo de un mercantilismo que imponiendo la ley del más fuerte fomenta “descartes sociales”, frente a la mentalidad mercantilista de la comunicación, el bien-decir cuestiona la artificial dependencia de los trabajos periodísticos como meros productos cuyo contenido y forma están supeditadas a las estrategias del marketing de las empresas mediáticas. Un problema que me consta personalmente que el Papa conoce bien porque lo encuentra incluso en no pocos medios de comunicación de la Iglesia.

En cuanto al testimonio de San Francisco de Sales resalta “su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía”. Y toma dos ejemplos concretos de su vida. Por un lado, como “amando bien San Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose su amigo” (por lo que también es recordado como el protector de las personas con discapacidades comunicativas). Por otro lado, el ejemplo de San Francisco de Sales como comunicador incansable, razón por la que es reconocido como patrono de los profesionales del periodismo. Su audacia comunicativa a través de todos los medios a su alcance, sobre todo con su creativo reparto de octavillas con mensajes evangélicos por toda las calles y casas de la ciudad; pero también por su modo de comunicar, que el Papa Francisco ilustra recurriendo a la valoración de San Pablo VI, para quien la lectura del Santo le resultaba “sumamente agradable, instructiva y estimulante”. Características que Francisco propone para el periodismo de hoy (“¿no son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje, un servicio radiotelevisivo o un post en las redes sociales?”), a la que vez que propone a los periodistas dejarse inspirar “por este santo de la ternura, buscando y contando con valor y libertad, pero rechazando la tentación de usar expresiones llamativas y agresivas”.

Proceso sinodal y espiritualidad de comunión

Hasta este momento de su mensaje el Papa conecta fundamentalmente la comunicación interpersonal con la comunicación social, ofreciendo criterios para ambas derivados del concepto de “comunicación cordial”. Pero en un momento determinado mira al segundo nivel de la comunicación, el de la comunicación de grupo o grupal, y lo hace, oportunísimamente, para hablar de la comunicación al interno de la Iglesia. Bien sabe el Papa que en todas las reticencias a la renovación de la Iglesia que el Espíritu le está pidiendo en la línea de la identidad de la Iglesia como iglesia sinodal, y por tanto en el proceso de una conversión al misterio de la comunión eclesial que redunde en una verdadera y auténtica participación de todos sus miembros en el discernimiento de su aggiornamento y su misión, late no sólo una visión mundana de sus modos de proceder, sino un déficit tremendo de lo que San Juan Pablo II llamó “espiritualidad de comunión”.

Resulta interesante la simetría que existe entre las palabras del Papa Francisco en este mensaje y las que hace 23 años decía San Juan Pablo II. Si Francisco dice que “también en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar conforme al estilo de Dios, que se nutre de cercanía, compasión y ternura”; San Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte (nº 43) proponía la espiritualidad de comunión, a la que él mismo definía como “una mirada del corazón”, y que consistía en la “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias”.

Para el Papa Francisco esta “mirada del corazón” que se convierte en un “hablar con el corazón”, que debería ser el modo de comunicación reinante en el seno de la Iglesia por parte de todos los miembros del Santo Pueblo de Dios, requiere a su vez un nuevo modo de ver y de entender a la misma Iglesia, que en las palabras de este mensaje hacen resonar su propuesta de la imagen de la Iglesia como un hospital de campaña en el que todos son acogidos, escuchaos, y curados (sin vendar las heridas sin haberlas curado, pero sin hurgar en ellas, dañándolas aún más). Por eso dice el Papa Francisco en su mensaje que “en la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas”. Por eso el Papa sueña “una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está llamada a dar en el tercer milenio. Una comunicación que ponga en el centro la relación con Dios y con el prójimo, especialmente con el más necesitado, y que sepa encender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Una comunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresia en el hablar; que no separe nunca la verdad de la caridad”.

El amor al prójimo en la comunicación

La insistente propuesta del Papa de una comunicación personal, grupal y social que “se aproxima” al otro, sobre todo al más necesitado, que alienta y que cura, ha tenido en el pontificado de Francisco una imagen recurrente, que nos viene bien para contextualizar este mensaje, aunque en esta ocasión no se refiera a ella. Me refiero a la Parábola del Buen Samaritano, que fue el eje de la principal aportación del cardenal Bergoglio cuando fue arzobispo de Buenos Aires y se dirigió con un discurso emblemático a los periodistas con el sugerente título de “Comunicador, ¿Quién es tu prójimo?”, y que luego, ya como sucesor de Pedro, recordó en su primer discurso a los periodistas en 2013, y en su mensaje de las Jornada de las Comunicaciones Sociales de 2014. Francisco con esta imagen del buen samaritano no se queda sólo de una mera sensibilidad altruista del comunicador, sino en un verdadero paradigma profundamente comprometedor: “Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, vertiendo sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino” (JMCS, 2014).

Y es que la vocación del “comunicador samaritano” emerge hoy como una verdadera urgencia: “Precisamente hoy, en la era de la globalización, estamos asistiendo a un aumento de la desorientación, de la soledad; vemos difundirse la pérdida del sentido de la vida, la incapacidad para tener una casa de referencia, la dificultad para trabar relaciones profundas” (a la Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones, 21/09/2013). Y frente a esta realidad, no es difícil percibir que el periodismo no siempre está a la altura: “También está la desafección, la falta de sensibilidad humana, la ausencia de un compromiso social bajo la excusa de un absurdo neutralismo periodístico que, además de imposible, no es sino la máscara de una estructura mediática que, deshumanizándola, condiciona de partida la misión del periodista”.

El lenguaje de la paz

El Papa Francisco no ha querido pasar por alto en este mensaje el contexto histórico concreto en el que vivimos que tanto le preocupa, y que tanto preocupa a todos aquellos que sensibles ante la dignidad humana y el valor de la paz, claman por una pronta finalización de tantísimos conflictos bélicos abiertos actualmente en el mundo, sobre todo el de la Guerra de Ucrania, que juntos conforman lo que el Papa llama “dramático contexto de conflicto global”. Desde el comienzo de su pontificado, advirtiendo de la cantidad de guerras en el mundo que juntas conforman una verdadera Tercera Guerra Mundial, y sobre todo desde que empezó la Guerra de Ucrania, que pone especialmente en jaque la estabilidad mundial, el Papa, además de no cesar en sus intentos de mediación para la consecución de la paz, ha advertido en muchas ocasiones que poco ayuda a terminar con esta barbarie el lenguaje que usan no pocos políticos y profesionales de los medios de comunicación, un lenguaje que enfrenta aún más, que provoca aún más violencia y destrucción. Por lo que es necesario “vencer la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso”.

El Papa comienza recordando una sabía sentencia del libro de los proverbios: “una lengua suave quiebra hasta un hueso” (25,15). Parece que después de tantos miles de años desde que se escribió este proverbio, la humanidad no consigue aprender el valor y el poder de la moderación, de la prudencia, de la mesura y de la ponderación, que consiste en el poder desarmar los ánimos y de encauzar caminos de diálogo y de reconciliación. Precisamente allí donde hay guerra y, por tanto, donde causan estragos el odio y la enemistad. Un lenguaje así forma parte de la que el Papa llama la “cultura de la paz”. Una cultura de la paz, y aquí el Papa concentra su mirada en el tercer nivel de la comunicación, el de la comunicación social, que requiere “comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones”.

Cultura de la paz

No perdiendo la ocasión para referirse al gran profeta de la cultura de la paz que fue San Juan XXIII el pasado siglo XX, que en su encíclica Pacem in Terris explica que la paz verdadera sólo puede apoyarse en la confianza recíproca, aprovecha esta idea para implorar a los periodistas con unas palabras desgarradoras, constituyendo a mi modo de ver uno de los clamores más dramáticos de la misión profética del Papa Francisco en estos diez años de su pontificado, sólo comparables con las veces en las que ha clamado por el auxilio humanitario a los inmigrantes rechazados a los que se les mata por omisión de auxilio. El Papa les dice que esta confianza de la que hablaba San Juan XXIII para resolver los conflictos “necesita comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para hallar un terreno común donde encontrarse”.

Como la historia es maestra de todo, cuanto más la historia reciente, les dice a los comunicadores sociales que “como hace sesenta años, vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes, también a nivel comunicativo”. Y les dice, sin tapujos ni miramientos, que “uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia”. Y es cierto, porque el poder de la palabra no conoce límites. La información y la opinión periodística en una guerra nunca es neutral, pero no porque no pueda serlo en cuanto al posicionamiento en uno o en otro lado del enfrentamiento, sino porque o bien promueve la paz y salva vidas, o bien promueve la guerra, su continuidad y su brutalidad, su agravamiento y su impunidad, haciéndose cómplice de la muerte de personas y de la destrucción de los pueblos.

El clamor del Papa a los comunicadores se torna en humilde propuesta, tan desgarradora como el clamor: “He aquí por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos”.

Este doble clamor, en el que en su mensaje el Papa se dirige a los comunicadores, tiene también su eco en todos nosotros, sobre todo en los cristianos, llamados los primeros a ser constructores de paz. Para mostrárnoslo el Papa al final del mensaje, y antes de entonar una oración para que el Señor nos ayude a “hacer una comunicación libre, limpia y cordial”, nos dice, volviendo al centro de su mensaje, al “corazón”, que “en cuanto cristianos, sabemos que es precisamente la conversión del corazón la que decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón humano. Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido de responsabilidad de los operadores de la comunicación, a fin de que desarrollen su profesión como una misión”.

Cultura de la paz y cultura del Encuentro

Sirva para contextualizar la responsabilidad de todos en una comunicación al servicio de la cultura de la paz, lo que el Para Francisco viene diciéndonos desde el comienzo de su pontificado sobre la cultura del encuentro, también en relación a la comunicación social, llamada a estar “al servicio del encuentro entre las personas, las comunidades, las naciones; un encuentro basado en el respeto y en la escucha recíproca” (Regina Coeli 01/06/2014).

Y es que, ya de por sí, como nos recodaba el Papa en el mensaje de la Jornada de las Comunicaciones Sociales de hace nueve años, “los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos”. Pero no lo van a hacer sin nosotros. Es más, no siempre reman en esta dirección: “la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos (…) El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos” (JMCS 2014).

Conclusión: un mensaje profético que recoge el eje central del magisterio del Papa Francisco.

Si, el mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año 2023, es sin duda un mensaje emblemático de este pontificado no sólo porque reasuma las claves principales del magisterio del Papa sobre la comunicación humana en general y sobre las comunicaciones sociales en particular en estos 10 años de su pontificado, como he intentado explicar glosando el texto de este mensaje con referencias a este ya rico magisterio, sino que además podemos decir que este mensaje recoge los ejes principales de todo su magisterio y de toda su impronta en la renovación de la Iglesia y de su misión en el mundo. Porque este mensaje nos muestra la propuesta de una comunicación interpersonal, grupal y social capaz de llamar la atención, conmover y atraer a todos los hombres y mujeres de hoy, creyentes y no creyentes, en línea con sus encíclicas Laudoto Sí y Fratelli Tutti, al coincidir con ellas en la propuesta de una toma de conciencia de la responsabilidad de todos ante los grandes desafíos de nuestro tiempo. Porque este mensaje es signo de una Iglesia que sale al encuentro de ese mundo, un mundo en el que la comunicación ha tomado un protagonismo sin precedentes, creando una sociedad de la información y transido globalmente por una cultura mediática. Porque es un mensaje que propone una espiritualidad abierta, profundamente evangélica, basada en la primacía del amor al prójimo, y que se dirige a la consecución de un mundo mejor en el que se abra paso la cultura del encuentro y de la paz. Porque, en definitiva, se trata de un mensaje que toca el corazón y compromete el corazón, un mensaje al que nadie en su sano juicio pueda dejar de sentirse interpelado, porque en todos los hombres anida un deseo infinito de amar y de ser amados.

Manuel María Bru Alonso

Presidente de la Fundación Crónica Blanca